miércoles, 29 de agosto de 2012

La revolución del precariado

Si un movimiento revolucionario -de protesta, antisistema, con causa más o menos clara- es sometido a autocrítica continua, a un cuestionamiento de sus propósitos y a la forma en cómo la acción es gestionada, puede ver en peligro su permanencia y, con ello, la esperanza de que lo que defiende pueda llegar a tener éxito. Por eso, un movimiento, para que prospere y perdure, necesita tanto de un liderazgo definido como de una ovejización abundante y sacrificada. Lo que es curioso es que un movimiento revolucionario suele surgir como consecuencia de la opresión por parte de una minoría sobre una mayoría ovejizada, que es como decir que, tarde o temprano, volveremos a repetir la historia. Sin embargo, en la situación actual se una excepcionalidad: como no hay un liderazgo claro, tampoco hay una ovejización clara. Es posible, pues,  que cada oveja deba convertirse en pastora de sí misma, lo cual daría lugar a un proceso revolucionario muy dinámico pero sin una dirección clara.

La cultura del precariado puede ser el caldo de cultivo de todo ello: que cada oveja se las ingenie como buenamente pueda para subsistir, ya que el liderazgo parece tan ausente, perdido y amorfo como el rebaño.

También, y hay que decirlo, las ovejas, acostumbradas a tomar dirección con un pastor que les daba seguridad, pueden acabar , ¡ay!, con algún trastorno. ¿Se acuerdan del mal de las vacas locas? Pues aquí se está gestando el mal de las ovejas locas. El recrudecimiento de las enfermedades derivadas de la fragilidad mental y emocional es un hecho que clama al cielo. Es posible que la revolución no hecha se somatice hasta hacer que lo que podría ser una dirección clara, convertida en difusa por mor de la situación, acabe derivando en algo peligroso para la salud del sistema. Y será así que veremos ovejas balando en direcciones diferentes y contradictorias; o, incluso, perros pastores empujándolas no sabiendo bien hacia qué redil.

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