Una cosa es la justicia, entendida con un conjunto de actos humanos orientados a reconocer cada cosa por lo que es, y otra es el anhelo, acaso muy antiguo, de justicia. Este último suele venir incrustado con emociones, a menudo muy intensas, inconscientes, difíciles de reconocer y ponderar. A menudo, estas emociones suelen identificarse con reivindicaciones relacionadas con la patria y con la nacionalidad. En realidad son dramas identitarios que acaso no quedaron resueltos y que se han ido transmitiendo de una generación a otra.
La historia está trufada de movimientos sociales -señales del inconsciente colectivo- que las personas aprovechan para calzar en ellos sus propios anhelos. Así, pues, las causas sociales suponen un permiso para que reivindicaciones personales innominadas puedan engarzarse. La suma de anhelos innominados se deja nominar mejor a a través de causas colectivas que toman la energía de las personas para adquirir volumen. Más adelante, cuando estos movimientos se jerarquizan, las personas empiezan a darse cuenta de la justa realidad: entre la justicia anhelada y el acto justo hay una distancia insalvable. Ahí está el drama humano: en las emociones (o en según qué emociones).

Como ya comenté en otras entradas de este blog, a Catalunya se la suele identificar con el signo Escorpio. Algo hay ahí que nos pueda dar lugar a reflexión.
En un escrito próximo expondré cómo el actual paso de Saturno por Escorpio (2012-2014), lo cual sucede cada 29 años, afecta en gran medida a Catalunya.
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