De un tiempo a esta parte estamos siendo invadidos por estrenos en los que la Segunda Guerra Mundial y el nazismo son protagonistas. Es decir, películas con aspiraciones historiográficas, acaso orientadas a revisar, recordar, analizar, advertir, etcétera. Sin embargo, Bye Bye Germany nos cuenta una historia muy interesante, un tanto colateral. Se trata de la vida que un grupo de ciudadanos alemanes judíos intentan emprender. Estamos justo con la Segunda Guerra Mundial recién acabada. Quieren irse a América, a iniciar una nueva vida, lejos de aquellos escenarios de guerra, miseria y persecución. Sin embargo, para emprender el viaje necesitan dinero. Y para hacer dinero, qué mejor que comerciar con mercancías apreciadas por la población, como, en el caso de la película, ropa doméstica. En consecuencia, vemos al grupo apañárselas para acercarse a las amas de casa, para convencerlas de lo bueno que es comprar esos tejidos tan útiles y bonitos, y tan faltados por razones de la guerra.
Bye bye Germany cuenta con un protagonista de lujo, el que da vida al personaje principal, un hombre llamado David Berman, que es el más avispado y ambicioso del grupo. Tan avispado es que en diversos flash back lo vemos en el campo de concentración explicando chistes a la oficialidad nazi. Tal es su talento que un oficial lo ficha para que le cuente chistes a Hitler. Ello lleva a nuestro protagonista a que, una vez situado en el presente, sea investigado por una oficial del ejército aliado, que en esos momentos post-guerra actúa como fiscal que trata de depurar y escrutar sobre sospechosos, tanto alemanes que han sido nazis como, y aquí está nuestro personaje, judíos supuestamente colaboracionistas.
Me ha gustado mucho Bye bye Germany. Está muy bien tramada, explicada, narrada. El desenlace, que se ve venir desde buen principio, no deja de sorprender. Me estoy refiriendo a la relación entre la fiscal que investiga y el astuto judío investigado.
Una película para disfrutar.
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