domingo, 11 de junio de 2017

El deseo parásito

¿Se puede renunciar al deseo si con ello favorecemos la realización del anhelo primordial?
¿Hay deseos que parasitan la posibilidad de saber qué es lo que uno quiere hacer en la vida?


Por cierto: ¿se heredan los deseos? ¿se transfieren de una persona a otra, o de una generación a la siguiente?
¿Y qué me dicen de los propósitos personales: se heredan o se engendran?
Si los deseos se heredan, ¿se heredan también las frustraciones?


Un deseo parásito es como un vampiro que estuviera absorbiendo la sangre de la persona deseante. Digamos que las personas llevamos dentro de nosotros un anhelo. Este anhelo puede tener alguna forma, alguna directriz, alguna vocación. Por ejemplo: anhelo de realización laboral, profesional, afectivo, de profundizar en las propias capacidades, de saber, de comunicar, de vencer un obstáculo, de prosperidad, de conocimiento; o de un mero dejar pasar el tiempo, viendo que la vida pone difícil la satisfacción y la felicidad. En este sentido, vale la pena decir que junto al anhelo legítimo hay deseos vampiros que revolotean a su alrededor, dispuestos a vivir de la sangre de la persona.

Llegados a este punto, contemplemos la posibilidad de que el anhelo y los deseos revoloteantes permanezcan indistinguibles en cada persona. Ello conllevará que cada uno de nosotros debería hacer el ejercicio de comprobar si está obedeciendo más al anhelo que a los deseos (o viceversa). Puede ocurrir que una determinada persona esté alineada con un propósito y haya hecho un voto de realización, lo cual comportará que una clarificación interna ha sido hecha. Es decir, la persona (cualquiera de nosotros) deberá cuestionar si sus acciones van dirigidas a la realización (del anhelo) o a la especulación revoloteante (generada por los propios deseos).

Sin embargo, en la mayoría de nosotros el anhelo es indistinguible de los deseos. Cada cual sabrá si en su vida predomina el anhelo esencial o la especulatividad de los deseos. Hay personas en las que el deseo es como una pequeña vesícula que va supurando, lo cual deja posibilidad de que quede vacía y así pueda contemplarse el propio anhelo en su justa proporción. En cambio, hay personas en las cuales el anhelo está tan desplazado o tergiversado por sus deseos que éstos toman el mando de su psique, de sus emociones y de sus actitudes. Estas personas viven presas de la no realización del anhelo primigenio, que es como decir que viven prisioneras de la especulatividad de sus deseos.

Un caso extremo vendría cuando el deseo y la especulación capturan la atención de la persona (mucho más que su propio anhelo primordial). En estos casos cabe la posibilidad de que el deseo derive en una enfermedad. Es decir, si una persona quita sus deseos y se queda con el propósito de realización del anhelo es muy posible que su acción se quede en nada y entre en pánico. O si lo prefieren, la persona no puede vivir sin deseos -es incapaz de renunciar a ellos-, aunque ello le lleve a una vida especulativa y sin realización coherente, con todo el peligro que comporta.

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