Unas sugerencias acerca de los significados de la Casa XII.
x Jesús Gabriel, un astrólogo de Barcelona.
El
primer ambiente vivido por un bebé acontece en el vientre de la mamá
durante el periodo de gestación. Esos meses resultan cruciales para la
gestión posterior de nuestra salud y de nuestras emociones. El útero es
un athanor en donde se desarrolla el gran proceso. Gran parte de lo que
allí acontece va a crear una reverberación que se irá replicando después
del parto y, de alguna manera, durante una buena parte de nuestra vida.
Recientemente he leído diversos estudios que relacionan la vida prenatal con la predisposición a padecer enfermedades, no sólo en la infancia, sino también en la edad adulta. Por otro lado, ello me ha llevado a relacionar el estrés provocado por un traumatismo temprano –el nacimiento mismo ya lo es- con una tendencia a experimentar una carencia nutricional que se va replicando con el tiempo hasta catalogarse como crónica y llegar a formar parte de nuestro sistema de vida. Es obvio que los acontecimientos que generaron impacto en la experiencia prenatal deben ser tenidos en cuenta de cara a entender estos déficits.
La influencia de la experiencia prenatal genera un mapa de zonas sensitivas inconscientes que constituyen el fundamento a partir del cual se va construyendo nuestra personalidad. Así, pues, no hablaremos de enfermedad de forma directa sino de estados sensibles poco o nada propiciatorios para el bienestar que actúan como detonantes. Así, pues, en todo caso, tendríamos una enfermedad, la cual es síntoma y efecto de una particular sensibilidad; un detonante – el mismo sistema de vida puede serlo-: alimentación, relaciones, calidad energética y salubridad del hábitat, gestión del tiempo, gestión de las emociones y de las experiencias.; y, finalmente, la matriz perinatal compuesta por la vida prenatal, el parto y los primeros años de vida –los mimbres que darán forma a lo que luego será vivido en las diferentes etapas de nuestra vida-.
De toda esta explicación quisiera prestar atención a la sensibilidad y cuidado emocional que la vida merece. Está claro que el grado de atención que pongamos a nuestro sentir va a suponer también poner un cuidado en nuestras elecciones vitales, con la consiguiente consecuencia y repercusión sobre nuestro sistema de vida, el cual será determinante para nuestra salud o la falta de ella.
La alimentación es un factor clave en nuestra salud, y no sólo por su aportación nutricional, sino porque puede despertar o atenuar sensibilidades que luego podrán traducirse en forma de bienestar o malestar, generando unos efectos que van más allá de la ingesta y digestión. También habría que contar con otro factor que puede resultar tóxico o nutritivo como, por ejemplo, la elección de personas que nos acompañan en la vida y en la elección y cuidado del hábitat..
Antes he aludido al desgaste debido a experiencias traumáticas perinatales y al consiguiente déficit de determinadas vitaminas, oligoelementos y minerales en la edad adulta. Me pregunto ahora si, a parte de con la comida, podemos compensar estas carencias mediante una forma más consciente de relacionarnos con nosotros mismos, con otras personas, con el hábitat, etcétera. Me pregunto también si las personas con las que nos relacionamos y el hábitat en donde transcurre nuestra vida son portadores de elementos nutritivos o tóxicos. ¿Puede la compañía de otras personas –incluso de animales y plantas- resultar restitutiva y compensatoria de nuestras debilidades orgánicas, o bien, pueden acabar intoxicando y debilitando nuestras reservas hasta hacernos enfermar? Las vitaminas y minerales ¿únicamente los encontramos en los alimentos que ingerimos o, por resonancia, pueden llegar a nosotros a través de emociones cálidas originadas por una buena compañía o, incluso, por la presencia en casa de determinados objetos cuyas formas entren en resonancia con nuestra capacidad para engendrar salud y prosperidad? ¿Nos alimentamos sólo por ingestión y digestión o, también, por vibración? ¿Es nuestro trabajo tóxico -o transcurre en un lugar que nos hace sentir mal- y corremos el peligro de que ello baje nuestras defensas? ¿Lo es también el modo de organización de nuestro hábitat personal o profesional? ¿Pueden ser los lugares y los edificios -junto con sus elementos y su amueblamiento y decoración-, tóxicos o nutritivos? ¿Influye sobre nuestro bienestar las formas de las cosas y el lugar que ocupan en nuestro hábitat? Al igual que con la alimentación, ¿se podría hablar de una arquitectura tóxica y de una arquitectura sana? ¿Los edificios, sanos o enfermos, pueden entrar en resonancia con factores sanos o enfermizos de nosotros mismos?
Recientemente he leído diversos estudios que relacionan la vida prenatal con la predisposición a padecer enfermedades, no sólo en la infancia, sino también en la edad adulta. Por otro lado, ello me ha llevado a relacionar el estrés provocado por un traumatismo temprano –el nacimiento mismo ya lo es- con una tendencia a experimentar una carencia nutricional que se va replicando con el tiempo hasta catalogarse como crónica y llegar a formar parte de nuestro sistema de vida. Es obvio que los acontecimientos que generaron impacto en la experiencia prenatal deben ser tenidos en cuenta de cara a entender estos déficits.
La influencia de la experiencia prenatal genera un mapa de zonas sensitivas inconscientes que constituyen el fundamento a partir del cual se va construyendo nuestra personalidad. Así, pues, no hablaremos de enfermedad de forma directa sino de estados sensibles poco o nada propiciatorios para el bienestar que actúan como detonantes. Así, pues, en todo caso, tendríamos una enfermedad, la cual es síntoma y efecto de una particular sensibilidad; un detonante – el mismo sistema de vida puede serlo-: alimentación, relaciones, calidad energética y salubridad del hábitat, gestión del tiempo, gestión de las emociones y de las experiencias.; y, finalmente, la matriz perinatal compuesta por la vida prenatal, el parto y los primeros años de vida –los mimbres que darán forma a lo que luego será vivido en las diferentes etapas de nuestra vida-.
De toda esta explicación quisiera prestar atención a la sensibilidad y cuidado emocional que la vida merece. Está claro que el grado de atención que pongamos a nuestro sentir va a suponer también poner un cuidado en nuestras elecciones vitales, con la consiguiente consecuencia y repercusión sobre nuestro sistema de vida, el cual será determinante para nuestra salud o la falta de ella.
La alimentación es un factor clave en nuestra salud, y no sólo por su aportación nutricional, sino porque puede despertar o atenuar sensibilidades que luego podrán traducirse en forma de bienestar o malestar, generando unos efectos que van más allá de la ingesta y digestión. También habría que contar con otro factor que puede resultar tóxico o nutritivo como, por ejemplo, la elección de personas que nos acompañan en la vida y en la elección y cuidado del hábitat..
Antes he aludido al desgaste debido a experiencias traumáticas perinatales y al consiguiente déficit de determinadas vitaminas, oligoelementos y minerales en la edad adulta. Me pregunto ahora si, a parte de con la comida, podemos compensar estas carencias mediante una forma más consciente de relacionarnos con nosotros mismos, con otras personas, con el hábitat, etcétera. Me pregunto también si las personas con las que nos relacionamos y el hábitat en donde transcurre nuestra vida son portadores de elementos nutritivos o tóxicos. ¿Puede la compañía de otras personas –incluso de animales y plantas- resultar restitutiva y compensatoria de nuestras debilidades orgánicas, o bien, pueden acabar intoxicando y debilitando nuestras reservas hasta hacernos enfermar? Las vitaminas y minerales ¿únicamente los encontramos en los alimentos que ingerimos o, por resonancia, pueden llegar a nosotros a través de emociones cálidas originadas por una buena compañía o, incluso, por la presencia en casa de determinados objetos cuyas formas entren en resonancia con nuestra capacidad para engendrar salud y prosperidad? ¿Nos alimentamos sólo por ingestión y digestión o, también, por vibración? ¿Es nuestro trabajo tóxico -o transcurre en un lugar que nos hace sentir mal- y corremos el peligro de que ello baje nuestras defensas? ¿Lo es también el modo de organización de nuestro hábitat personal o profesional? ¿Pueden ser los lugares y los edificios -junto con sus elementos y su amueblamiento y decoración-, tóxicos o nutritivos? ¿Influye sobre nuestro bienestar las formas de las cosas y el lugar que ocupan en nuestro hábitat? Al igual que con la alimentación, ¿se podría hablar de una arquitectura tóxica y de una arquitectura sana? ¿Los edificios, sanos o enfermos, pueden entrar en resonancia con factores sanos o enfermizos de nosotros mismos?
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