Sigue
reverberando entre nosotros la tragedia del avión de Germanwings
estrellado en Los Alpes. Percibimos la muerte, la pérdida y la acción
suicida como un Todo. Luego, intentamos tomar este Todo y diseccionarlo
en partes, acaso para digerir mejor el hecho. Nos compadecemos de las
familias y nos interrogamos acerca de los por qués de la patología del
piloto. También nos podríamos preguntar cómo es posible que una empresa
supuestamente rigurosa en la selección de personal se le puede haber
escapado que uno de sus pilotos haya resultado ser un suicida capaz de
matar matándose.
Dicho esto, plantearé los hechos como si fueran un sueño interpretable, o una metáfora. La vida es sueño, dicen.
El
piloto suicida bien podría ser el traslaticio del gobernante europeo.
El avión mismo es Europa, me refiero al proyecto que quedó consignado en
el Pacto de Maastricht, bajo comando de Alemania. El pasaje es el
pueblo.
En
la escena están los médicos, los forenses y los psiquiatras, que tratan
de definir qué tipo de patología sufre el gobernante. Hablan de un
transtorno que tiene antecedentes. Es posible que comenten acerca de la
sociedad en que vivimos, que hace tiempo yace enferma o zombi, incapaz
de reaccionar ante las barbaries políticas y financieras que ella misma
consintió y que ahora se ve incapaz de controlar.
En
algún lugar veo a alguien, una vez sucedido el accidente, que se lleva
las manos a la cabeza, acaso pensando cómo es posible que una empresa
alemana haya podido contratar a un piloto con tan poco rigor. Me
pregunto yo, pues, si esta falta de rigor es habitual en la élite de las
empresas, de la sociedad, de los gobiernos. ¿O es que vivimos en un
descontrol de fondo, por más que los poderes públicos se afanen en
hacernos creer lo contrario?
También
me pregunto cómo ante la tragedia, cualquier tragedia, incluso las de
índole económico, como el caso de las consecuencias de las estafas
bancarias y las de las corrupciones políticas, buscamos culpables
concretos cuando es el sistema el que aúpa a psicópatas o permite que
personas con ambición transtornada se pongan al frente de una
responsabilidad cuya gestión puede afectar negativamente sobre cientos,
miles o millones de personas inocentes.
La
actitud del piloto podría tildarse de ambición incolmable que ha
degenerado en desesperación, ante la cual ya sólo cabían acciones tan
incomprensibles como la de la de llevar a la misma desesperación a las
víctimas y a los familiares y allegados de éstas.
Espero
que este mal sueño sea indicio de algo que ya ha pasado, o que lo sea
de una proyección del inconsciente en forma de pesadilla; que no sea
premonitorio, vamos. Porque si este sueño es una premonición, un aviso,
nos espera un tiempo de órdago.
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