A lomos de las decisiones tomadas.
Una aproximación al Aries que uno lleva dentro.
Las decisiones se convierten en nuestro destino. Nos condicionan hasta el punto de que uno no puede desdecirse una vez han sido tomadas y una vez han cristalizado en acciones concretas. Las decisiones, una vez se han imbricado en el modo de vida, se incrustan en la actitud y se convierten en irreversibles. Y ahí es cuando las decisiones que tomamos crean en el interior de uno una jerarquía innombrable que no se puede desobedecer ni aún queriendo.
Las decisiones tomadas, tanto las ya ejecutadas como las que aún no, se convierten en nuestro destino. De algún modo, nos acogotan, crean un mandato del que no te puedes librar.
El héroe ariano personifica justamente esto. Uno percibe un horizonte sobre el que se ve proyectándose; o proyectado, pues tal visión viene de un estrato que está en un lugar más hondo que el de la propia voluntad. Más tarde, ya en marcha, uno ya no puede desdecirse, ni rectificar, ni abdicar. Sólo le queda a uno que seguir hasta el final. Ante tal hecho, esas decisiones, que son más fuertes que la propia voluntad consciente, le van llevando a uno a la muerte. Uno muere llevado por las circunstancias que contribuyó a crear sin saber cómo ni por qué, pues el instinto deja marcado el camino a seguir. Y sin saber cómo ni por qué, uno vive para poder morir sabiéndose consciente de estar cavando la propia fosa. Al menos, pues, que la fosa sea hecha a medida de lo que ha sido la propia vida. La vida nos juzgará en función de si la fosa que vamos cavando y la vida que uno haya vivido, con el cuerpo ya despojado de alma, se troquelan bien.
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