La astrología tradicional jerarquizaba la familia planetaria en
tres estamentos:
1/ Los que confieren carácter: Sol y Luna.
2/ Los que confieren herramientas para el desarrollo del carácter:
Mercurio, Venus y Marte.
3/ Los que ayudan a entender la evolución del carácter de la
sociedad y su influencia sobre los individuos: Júpiter y Saturno.
La comprensión de estos tres estamentos debería bastar para
construir una psicología astrológica (o una astrología psicológica)
verdaderamente operativa. Junto con los signos, obtendríamos de todo ello el
septenario y el dodecagrama, dos formas de tipologización unívoca y holística
de lo físico y de lo psíquico.
Más adelante se fueron incorporando a la familia Urano, Neptuno,
Plutón y Quirón. Cada uno de estos planetas fue descubierto en concomitancia
con etapas que denotan que la complejidad social va aumentando y
transformándose. Desde la caída del Antiguo Régimen hasta el día de hoy, nuevas
formas sociales han surgido y se han añadido a la pirámide.
El instinto realizador de la persona experimenta interferencias
fuertes procedentes de esta sociedad que se va haciendo cada vez más compleja.
Estas interferencias fuertes coinciden con los significados de Urano, Neptuno,
Plutón y Quirón. Quiero decir con ello que el instinto natural que impulsa la
realización puede quedar alterado por modelos de comportamiento emanados de la
progresiva complejidad social.
Así, pues, por ejemplo, a través de Urano nos llega la posibilidad
de aumentar nuestro horizonte de realización a través de propuestas sociales
que requieren de una participación en juegos colectivos. Uno de ellos es el de
la conspiración para el cambio de aquellas condiciones que faciliten la
realización de las personas. Es decir, la tentación por derrocar un cierto
“antiguo régimen” que beneficie a todos. Sin embargo, esta ilusión, que a
menudo viene acompañada de una visión de futuro acelerada e impaciente,
requiere de una gran generosidad, compañeros de viaje leales y fieles,
relaciones muy trabajadas, coherencia, cohesión, transversalidad y conciencia
transgeneracional., Esto último lo digo porque todas las personas aspiramos a
ver nuestro ideal realizado en vida propia. Sin embargo, como la historia
demuestra, muchos avances sociales que parecían inmediatos debido al fragor han
requerido de más de 2 o 3 generaciones de personas.
Con Neptuno, representante de la conciencia idealista
trascendente, nos encontramos con otra capilarización de lo colectivo en la
vida individual. En concreto, de los sueños que emergen del inconsciente
colectivo y que se infiltran en las motivaciones personales. Ello da un modo de
autorrealización esquiva o evasiva. La expllicación que se le puede dar es que
a menudo podemos vernos utilizando fenómenos sociales -por ejemplo, el espacio
público- para proyectar en ellos nuestros anhelos personales. También, a la
inversa, la sociedad proyecta sus anhelos capturando nuestra atención y
llevándonos a que demos nuestra vida por ella. Otra explicación, complementaria
de lo que acabo de decir, es que la realización está reservada para una minoría
que culpa a una mayoría por pretender realizarse.
Plutón representa la autorrealización maníaca, una capilarización
sobrevenida de la complejidad social consistente en fomentar la competitividad
a toda costa, sustrayendo energía de los individuos, a quien la sociedad quiere
perpetuamente insatisfechos. Ahí podríamos ver que la propia realización
cultural está interferida por las realizaciones no completadas procedentes de
personas pertenecientes a nuestra árbol genealógico. De este modo veríamos que
la realización de los propósitos del yo individual son amplificados hasta
convertirse en una fijación neurótica o en una obsesión.
Quirón, en cambio, nos pone en la tesitura de poder curarnos de lo
incurable. La sociedad, que mercadea con la espiritualidad y la sanación, nos
pone en la tesitura de tener siempre algo de lo que curarnos o de alcanzar la
felicidad haciéndonos ver lo infelices que somos.
Así, pues, el orden en el que fueron descubiertos Urano, Neptuno,
Plutón y Quirón nos ayuda a entender un orden psicológico que de otra manera
nos hubiera pasado inadvertido.
En definitiva, sería este el paradigma:
Podemos cambiar el mundo (Urano), tomándonos de nuestras manos
hasta hacernos todos Uno (Neptuno). Sin embargo, tengamos en cuenta que el
hombre es un lobo para el hombre (PLutón) y que más vale ponernos a ser
conscientes de nuestra propia fragilidad antes de hacer algo sin tenerla en
cuenta (Quirón).
Otra opción:
Nuestro proyecto personal (Urano) requiere percibir y aceptar el marco social colectivo en el que estamos insertos (Neptuno). Por otro lado, los mecanismos psicológicos de supervivencia, los instintos animales, sublimados en forma de ambición (Plutón), nos pueden llevar a que el egoísmo propio del humano boicotee lo que anhela. Ello nos llevaría a aceptar que la sociedad existe debido a la fragilidad ontológica del humano (Quirón). Este hecho no suele ser encajado fácilmente en un mundo en el que las emociones son menos importantes que la productividad.
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