Hoy, viendo que la realidad sigue sin dejarse nombrar, me dedicaré a fabular. Hace ya tiempo que vengo diciendo que el 2020 va a ser el año en el que nuestras vidas cambiarán definitivamente. Se podría decir que ese año supondrá el verdadero ingreso del mundo en el siglo XXI. Lo que ahora estamos viviendo es una secuela de los dos siglos anteriores. Y una de las cosas a través de las cuales lo vamos a notar más será en un cambio en el lenguaje. Bien, de hecho ya lo estamos notando. Por ejemplo, en el ámbito artístico -en el cine, en la literatura, etcétera- se está observando que los títulos de las obras ya no guardan relación con las obras, y que sus desenlaces finales están abiertos. Vamos, que no hay desenlace, o que el desenlace es remitido al espectador, para que se las ingenie con ello. Manda la sugerencia esquiva, por decirlo de algún modo. Esto último es algo que se puede constatar en las películas que de unos años a esta parte se han ido estrenando. Lo curioso del caso es que esta deformación de la relación entre el título de la película y el tema se está trasladando a la vida en general, y más aún cuando se trata de temas económicos, militares o políticos. Estamos en la era de la posverdad, según dicen. Es decir, el secreto sigue siendo una herramienta que el poder utiliza para no ser visto (y para que, en cambio, se vea otra cosa). Lo que sucede es que en los actuales tiempos de hiperdesinformación y hiperexhibicionismo, en que para que algo quede oculto debe ser puesto parcialmente en la escena (o fuera de ella, como si formara parte de un espectáculo de prestidigitación). O lo que es lo mismo: proliferarán los juegos consistentes en esconder parte de los objetos (y de los actos) ante la mirada desorbitada del público. El sistema convivencial humano, ante la avalancha de medios con que nos interviene y distrae, se las ingeniará para evitar que aquello que necesita no ser nombrado se mantenga sin nombre.
El mundo se apresta a iniciar un ciclo largo a partir del año 2020, fecha a partir de la cual el nuevo orden se irá implementando. Esto puede comportar que en los años próximos asistamos a grandes cambios sin darnos cuenta. O dándonos cuenta, aunque de forma confusamente prestidigitada, de tal manera que nunca sabremos qué es lo que realmente está ocurriendo, con formas de nombrar las cosas que no tendrán relación clara con las cosas, o con procesos que nunca se desenlazan. Bien, ya les digo que estoy fabulando al respecto.
En cuanto al tema de los nombres de las cosas, les pongo un ejemplo: dos personas tienen ante sí el divorcio como alternativa, pero no aceptan este hecho, acaso por miedo al fracaso o al vacío. En esas llega alguien y dice: no lo llamen divorcio, llámenlo transformación. Ya sé que es un ejemplo muy simplificador, pero ahí se entiende lo que les quiero decir. Llamar de forma alternativa a algo ("la cosa"), que hubiera sido nombrado de cierta forma en los siglos XIX y XX, puede hacer que "la cosa" sea afrontada de una manera o de otra. Por consiguiente: hay que evitar que el nombre de "la cosa" no resulte contraproducente para el feliz desarrollo de "la cosa". Estoy pronunciando estas palabras pensando en el tema de Catalunya-España. Por ejemplo: si la palabra "independencia" no logra la complicidad necesaria (ya sea para apoyarla o para concertar un referendum pactado), será menester nombrar la esencia de la "cosa" de otro modo.
En un entorno bélico, con sangre, sacrificios humanos y ruinas económicas para los países, las declaraciones taxativas servían para aparcar o zanjar el conflicto. Esas formas generaban vencedores y vencidos, estigmatizando de por vida a toda la población. En cambio, en un entorno no bélico, los procesos -incluyendo los nombres de las cosas y sus respectivos desenlaces- serán más sutiles, graduales y escalonados.
Atrás deben quedar los tiempos en que eran los ejércitos los artífices de las soluciones (con sangre, muertos, sacrificios y ruinas). Con ello quiero decir que el tema que enfrenta a Catalunya con el gobierno español parece ser un ejemplo de ingeniería social orientada a implementar nuevas formas de desenlazar los conflictos. Y así será que el resultado, cuando tenga lugar, no parecerá que tenga una autoría clara, o que provenga de ningún lugar en concreto (ni tan siquiera por parte de los sectores enfrentados). En el nuevo marco mental no habrá autores en exclusiva. Por tanto, se procurará que no haya vencedores ni vencidos. Cada cual sabrá si sus ideas se ven reflejadas en el nuevo marco mental. Ahora mismo, tal y como entiendo esta fabulación, veo que un referendum de independencia (aún siendo pactado con el estado) es una forma más propia de los siglos XIX y XX que del tiempo en el que iremos entrando según nos acerquemos al 2020.
La otra fabulación gira en torno al papel que tienen los elementos que participan de un proceso. Vivimos en un tiempo, especialmente desde 1848, en los que la autoría de los hechos, de las conquistas, de los logros, ya no son protagonizados por nadie en concreto, y más cuando el ambiente está caldeado, sino que se procura que la percepción esté disgregada. Este sistema, que se puso en marcha coincidiendo con la proliferación de las democracias parlamentarias, supone que la política hace todos los posibles para capitalizar la energía popular, nominando los eventos según conveniencia corporativa. Pues bien, este sistema tiene sus años contados. Si la forma de participar no se renueva y se piensa a fondo, la consecuencia es que iremos a nuevas dictaduras. En relación a este tema, será el 2037 el año clave, momento en el que presenciaremos el final del ciclo iniciado en 1848. De aquí a entonces se ensayará con el fin de la democracia, con el fin de ir a votar cada cuatro años y con el fin de plebiscitos y referendums, especialmente si el asunto de consulta es "excesivamente" importante o si puede generar consecuencias irreversibles. A partir del 2037, la participación será sobre cuestiones sobre las cuales no se generen consecuencias poco convenientes. Posiblemente sea a través de medios telemáticos, utilizados con una frecuencia mayor que la de ir a urnas cada cuatro años. Es decir, habrá motivos para consultar al pueblo, para participar, pero los temas importantes estarán reservados para que una élite decida sobre ellos en secreto. El pueblo decidirá sobre temas poco importantes, sobre asuntos que puedan ser maleados fácilmente o que no generen consecuencias inoportunas. Eso que aún llamamos democracia se transformará en algo mucho más selectivo. En el fondo, nada nuevo bajo el Sol.
9 comentarios:
A las gentes de la segunda mitad del XVIII les debió sorprender mucho el empeño de los enciclopedistas en dar un nombre a cada cosa. Luego nos fuimos acostumbrando y ahora nos cuesta renunciar a ello.
Pero no pasa nada, también nos acostumbraremos a vivir en un mundo de perfiles borrosos, experiencias inefables, situaciones ambigüas y pensamientos más o menos esotéricos.
Se me olvidó añadir: excelente artículo. Muchas gracias.
gracias... pero más que las situaciones y los nombres que se le pongan, la cosa es que los cambios van a ser tantos, que no va a haber palabras para clasificarlos o etiquetarlos. Mientras tanto, trataremos de seguir el orden clasificatorio de antaño.
Al final todo acabara siendo muy liquido.
sería deseable influir en esto... según tú, es posible?
la democracia en suspenso... (tu radar es estupendo: todo es muy "siglos XIX y XX"... Estado, etc... y no podemos esperar!!
"Someone talkin' to my soul" -->> https://www.youtube.com/watch?v=1t5JEn-TkH0 (al menos suena bién y me divierte)
gracias :)
hola Jesús,
Parece que ha acabado la primera oleada de dias locos (http://astromanager.blogspot.com/2018/01/2018-dies-irae.html) Esperemos que los siguientes hasta noviembre no sean peores
el procés forma parte de la liquidación, en efecto :-)
en realidad, el ciclo que se abrió a partir de las guerras napoleónicas se acaba en el 2020... y surgirán nuevos conceptos, formas políticas y cívicas, etc
Dentro de unos días haré una actualización de los Dies Irae. Gracias !!
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