De Paolo Sorrentino (para más señas, un géminis con ascendente pisciano) he visto dos películas: La Gran Belleza y La Juventud. Y las he visto dos veces. La primera vez que vi cada una de ellas, debo reconocerlo, me deslumbraron, me fascinaron. Sin embargo, con el segundo visionado la cosa cambia. Me explicaré.
Está claro que Paolo Sorrentino, cabeza privilegiada, quiere transmitir cosas, quizá demasiadas y de modo superficial para la enjundia que esas cosas tienen. Percibo un fondo ético y filosófico en su cine, pero queda eclipsado por el preciosismo y la hiperesteticidad de su estilo. No es de extrañar la fascinación inicial, que se desvanece con facilidad a la que le ves el truco y el afán de protagonismo de lo estético sobre lo ético. Es decir, Paolo eclipsa él mismo lo que quiere transmitir, si es que quiere transmitir algo.
Me pregunto si Paolo Sorrentino quiere explicar lo que parece que pretende querer explicar; o bien, si lo que quiere es demostrar lo buen director que es. Es decir, si su intención, más que la de transmitir lo que parece querer transmitir, es la auto-promoción. Lo cual no es mala cosa para un oficio como el de ser director de cine, para el cual es necesario contar con la complicidad de inversores, productores y público. También me pregunto cómo podría Paolo explicar lo que explica sin la carga preciosista y esteticista que impone e imprime en sus películas.
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