"En los nuevos entornos sociales,
profesionales, empresariales y políticos, la inteligencia práctica (la
que la psicología del siglo XX tenía tanto afán en medir) ha sido
desplazada por la inteligencia emocional. Ello quiere decir que ya no se
valora únicamente el interés de una propuesta sino el interés que
provoca un grupo de personas que sabe relacionarse emocionalmente con el
entorno."
Hasta hace poco, el sistema convivencial académico, mediático, social y empresarial, valoraba las habilidades, talentos y conocimientos concretos y funcionales de las personas en la medida en que éstas, con todo ello, eran más competentes y productivas. En cambio, ahora, y desde que se empezó a hablar de "Inteligencia Emocional", el sistema capitalista parece estar abonando la idea de que, más que competencias concretas cuantificables, es la capacidad emocional para sintonizar con la colectividad lo que va a favorecer que una persona prospere. Así, pues, estamos ante la re-invención de nuevos -¿nuevos?- roles. Por ejemplo: vasallos emocionales, mercenarios emocionales, señores feudales emocionales, mercaderes emocionales, aspiraciones emocionales, productos y servicios emocionales, emolumentos y recompensas emocionales, inversores emocionales, consumidores emocionales, etcétera.
Este nuevo paradigma, surgido a partir de los primeros años 90, basado en la valoración de competencias emocionales, se ha adelantado al caos y a la desorientación actuales. De ello se deduce que primero aparece la solución y luego empieza a formarse el perfil del asunto que se pretende solucionar. Así, pues, el caos actual sólo puede comprenderse desde un orden de fondo al que sólo se puede acceder mediante un cultivo emocional de nuestra inteligencia si queremos captar qué es lo que las nuevas situaciones nos piden.
El antiguo paradigma, aún en uso, prometía dinero a cambio de nuestras habilidades concretas; ahora, en cambio, sólo promete experiencias emocionales. Es decir, que nos convirtamos en agua: maleables, adaptables, fáciles de usar. Vamos, que seamos perfectamente cómplices.
Argumentación astrológica.
En los primeros años de la década de los 90 se formó una gran conjunción entre Urano (la sociedad) y Neptuno (lo institucional sociológico) en Capricornio (la gobernanza). Ello coincidió, entre otras cosas, con la publicación del famoso libro de Daniel Goleman.
El significado es que esos años marcan un nuevo rumbo que nos acerca a un neofeudalismo basado en las habilidades para funcionar bien en entornos caóticos o inciertos. Los roles previsibles derivados de clase y género han empezado a erosionarse a partir de esa década. Y vamos a ir viendo cómo irá in crescendo durante los próximos años. Será como ponerse a nadar en mares bravíos.
Los contenidos de este ciclo se van a desarrollar a muy largo plazo, de acuerdo a la enjundia y la complejidad del trabajo que nos está llevando a hacer.
¿Es la Inteligencia Emocional una falacia?
La Inteligencia Emocional es un hecho innegable. La vida es emocionalmente inteligente. Los seres vivos, también. Entonces, pues, ¿a qué puede deberse que algo que es natural sea percibido como innovación, como si se hubiera acabado de descubrir? La respuesta puede estar en que bajo el nombre de Inteligencia Emocional no hay un hecho sino un producto, el cual empezó como idea y ha acabado piramidalizándose hasta quedar convertido en institución que se apresta a legislar sobre nuestros comportamientos.
El boom de productos y libros que versan sobre "Inteligencia Emocional" -o sobre "Felicidad"- me lleva a pensar que se trata de un mantra dirigido a clases dirigentes y mandos intermedios (y a futuros aspirantes). Sin embargo, el mensaje parece dirigirse a toda la población, como si se quisiera formar una pirámide conceptual en el que todos estemos convocados para construir un futuro a su alrededor.
Si se trata de un mantra dirigido a dirigentes, todavía queda bastante por hacer, a tenor de lo que se percibe en el comportamiento de, por ejemplo, los políticos. Sin embargo, y así lo intuyo, está surgiendo una forma radicalmente diferente de participar en política -o, como mínimo, en asuntos cívicos- por parte de personas que no se habían posicionado nunca en ello. Estas personas, quizá por no pertenecer a ningún partido convencional, manifiestan una soltura y una empatía que demuestra que su inteligencia emocional es algo natural en ellos y ellas.
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