Todos somos algo paranoicos. No quiere
decir que no haya razón para sospechar del sistema, de los politicos, de los
bancos, del Club Bildelberg, de los Iluminati, de nosotros mismos, etcétera. Lo que pasa es que
todas estas explicaciones, todas, parten de una fantasía que el sistema ha
puesto para hacernos girar alrededor de ella. Bien, en realidad, más que una
fantasía engendrada adrede, es el delirio humano quien se encarga de convertir
en paranoia lo que es un fracaso personal y colectivo. A la paranoia la llaman
delirio pensante (o locura pensante). Es una forma de dar vueltas en torno a
algo que el sistema utiliza para continuar engañándonos.
En realidad, la paranoia es un recurso
que muchos utilizan para maquillar su fracaso personal. Lo conspiranoico es
justamente eso: una aspiración frustrada en la toma del poder. Me pregunto yo
por qué quien aspira a tomar el poder no se ha puesto a crear un equipo o
partido o logia con que llevar sus pretensiones a buen término.
El caso es que gran parte del anhelo
fracasado viene heredado. Es decir, que es posible que pueda haber una
transmisión emocional en lo relacionado con el poder y con quienes lo ostentan.
Eso supone ser conscientes de que gran parte de la crítica conspiranoica puede
venir de este hecho, de una acumulación de fracasos, muchos de ellos no vividos
en primera persona y, ni mucho menos, en tiempo presente.
Asumir el fracaso del anhelo de poder y
de gloria supone cuestionarse qué haría uno con el poder ese que se anhela. Sin
embargo, en la mayoría de los casos, el anhelo es emocional y sin un plan que
implique una transformación de calidad, ya sea en la vida propia o en la
colectiva.
Se podría decir que la paranoia es la
libertad mal encauzada. La libertad plenamente vivida no requiere de ninguna
pretensión. Es más, ser libre supone haberse quitado de encima cualquier
pretensión.
Sin embargo, el comportamiento paranoico,
o conspiranoico, proviene de quien está moviéndose por entornos poderosos,
aspirantes directos a la toma del poder social, político o económico.
La paranoia se destapa con la Revolución
Francesa, la que pretendía apear al Antiguo Régimen, y que fracasó en el primer
intento (s. XVIII). Un sector de la burguesía emergente pretendió tomar el
poder, conspiró, receló, manipuló, se alió, se traicionó. Al final, vino Napoleón
y , acto seguido, se volvió a instaurar el absolutismo. Los aspirantes a la
toma del poder se quedaron sin nada de lo que pretendían. Tan sólo a partir de
mitad del siglo siguiente, el XIX, se empezó a plasmar en la práctica aquellas
pretensiones de destronamiento.
Santo Patrón de la Paranoia Ilustrada.
Urano es el
planeta que se descubre en un año muy cercano al del primer conato revolucionario.
También, además, se puede relacionar con la primera revolución industrial, con
el “progreso”, con lo que luego será el sistema capitalista, con la explotación
de la fuerza de trabajo. De este modo, tanto puede representar el anhelo de
libertad, y de poder, y la resistencia a la degradación de la persona ante una
sociedad que empieza a ser cada vez más compleja y despersonalizadora. Es
posible que el paranoico esté clamando por la dignidad, simple y llanamente. Lo
que pasa es que no lo hace directamente sino a través de sospechas difícilmente
verificables. Es decir, mediante fantasías razonadas con lógica.
Urano, o la
paranoia, es un fracaso en la acción cuya causa se atribuye a factores que no
tienen posibilidad de control. Por ejemplo: un gobierno en la sombra. Este
sería el Urano vivido negativamente. En cambio, el Urano positivamente
experimentado es alguien que participa socialmente, establece alianzas,
colabora, capta cómo funciona el mundo, procura facilitar los cambios con una
visión que va más allá de la crítica al sistema. El poder de Urano es la
creatividad de las personas.
En la época
en que se descubrió Urano, además de lo indicado, coincidió con que Samuel
Hahnemann estaba gestando la fundación de la Homeopatía.
La
Homeopatía, una forma de medicina que conlleva una percepción de la sustancia
humana que va más allá del mecanicismo que empezaba a imperar por aquella
época. Se podría decir que el descubrimiento de Urano puso de evidencia dos
tendencias discordantes ya existentes en cuanto a percepción de la constitución
de lo humano. Por un lado, lo alopático, que considera que el humano es un mero
cuerpo que puede ser estudiado en sus partes; por otro lado, lo homeopático,
que considera que el humano es alma sensible que viene a transformarse tanto en
el fondo como en la forma.
Así, pues,
podríamos decir que lo alopático considera que el humano lo que necesita es
dormir, mientras que lo homeopático considera que el humano debe despertar.
Pues eso es
Urano, nuestro Urano, el Urano de cada uno: una posibilidad de transformación
en medio de distracciones que nos mantienen dormidos.
Por otro
lado, Urano supone la aceptación de lo incompleto y la consiguiente necesidad
de cooperación.
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