domingo, 15 de julio de 2018

Happy End x Michael Haneke

Para quien conozca a fondo la obra de Michael Haneke, podría parecer que Happy End no añade nada que no haya sido expuesto en sus anteriores películas. Hay una filosofía de fondo común, consistente en explicarnos cómo la realidad existencial de las personas y de las familias tiene dos aspectos: a.- el cuidado de las apariencias, del orden conveniente, de las convenciones, etcétera  y b.- la emergencia de ciertas sensibilidades que el culto a las apariencias mantiene  ocultas, ignoradas o despreciadas. Orden contra caos, por decirlo en pocas palabras: Mentiras contra verdades. Lo vemos, por ejemplo, en el papel que Isabelle Huppert desarrolla en La Pianista.
El otro factor de interés es comprobar que las influencias de Haneke, además de la de Bergman, abarcan hasta Hitchcock, especialmente en Happy End. En este sentido, percibo que en esta su última película Haneke conduce al espectador como lo haría Hitchcock, al menos, en ciertos aspectos. Y en concreto, el momento estrella de toda esta influencia nos lo encontramos en los planos finales, que condensan todo el pensamiento de Haneke. Por tanto, para quien no esté familiarizado con este director, entiendo que una iniciación al cine de Haneke podría empezar con Happy End, pues contiene todos los aspectos filosóficos y cosmovisionarios que había desarrollado y expuesto en sus anteriores películas.

Para quien no haya visto ninguna otra película de Haneke, Happy End puede ser la mejor iniciación posible. Y como hay una tendencia, muy habitual entre los cinéfilos, en comparar la obra reciente de un autor con sus trabajos anteriores, les diría que Happy End es autosuficiente. O sea: no haría falta compararla con ninguna otra de las películas de Haneke. Sin embargo, se trata de una buena iniciación.

A parte del final, que lo condensa todo, lo mejor de Happy End es la presencia de Jean Louis Trintignant y la actuación de una actriz de apenas 12 años, cuyo nombre es Fantine Hardouin. Sus actuaciones estás en su punto, y contradiría aquello que dijo Hitchcock en relación a que no se puede trabajar con niños. En cuanto a la historia, diría que no es plausible que suceda en la vida real, y poco importa, pues lo que nos interesa es la fuerza de los símbolos y de las metáforas hanekianas. 
En pocas palabras, Happy End trata de una familia burguesa, con todos sus intríngulis, y lo que hace cada cual para tratar de taparse y vivir cómodamente según convenciones al uso. Sin embargo, el abuelo y la nieta proponen una solución al margen. Y esta solución tiene que ver con el suicidio, un suicidio que es como una voz rebelde en medio de tanta convencionalidad burguesa. La complicidad entre nieta y abuelo pone encima de la mesa la escala de valores de esa familia burguesa.

Para acabar: el momento final de Happy End conduce al espectador a que proponga la solución al conflicto. Se trata de un final que lo dice todo y, al mismo tiempo, lo oculta. De ahí que, como en el cine de Hitchcock, la moralidad del espectador resultará determinante para el buen provecho de Happy End. Por tanto, el desenlace de Happy End pone al espectador como protagonista, lo cual puede no gustar a algunos. Lo que si es de impacto es la lentitud con la que la nieta trata de ayudar al abuelo, acompañándolo con él en su silla de ruedas, y el contraste con la rapidez del momento final, en el que los adultos bienpensantes tratan de sofocar (y tapar) las voluntades de abuelo y nieta. De hecho, de toda la película me quedo con este instante final.

1 comentario:

O et A dijo...

Haneke: tothom en parla bé...

jo he vist The Second i Thoroughbreds